La película Perfect Days (Días Perfectos), de Wim Wenders, me dejó con una sensación de calma profunda, especialmente cuando mencionan al final, antes de los créditos, el término japonés komorebi, que describe la luz del sol filtrándose a través de las hojas de un árbol. Es un momento pequeño y simple, pero lleno de significado. Me hizo pensar en cuántas veces pasamos por alto esos destellos de belleza que se esconden en lo cotidiano y en cómo la vida puede ser una serie de momentos perfectos si aprendemos a verlos con el corazón abierto.
Reflexionando sobre esto, siento que la contemplación es un arte que hemos olvidado. En la espiritualidad japonesa, he encontrado un llamado a redescubrir lo esencial, a detenernos y permitir que el instante nos atraviese. No se trata solo de mirar, sino de sentir cómo la luz toca nuestra piel y se mezcla con nuestros pensamientos, como un susurro del universo. Es en esos espacios de silencio y simplicidad donde realmente empezamos a comprender lo que importa, lo que verdaderamente nutre.
En este camino, he aprendido que menos es más. La sencillez tiene una profundidad que lo material no puede alcanzar. Los monjes lo dicen a menudo: la verdadera riqueza está en despojarse, en encontrar plenitud en lo simple. A veces, eso significa soltar cosas físicas, y otras veces, dejar ir pensamientos que nublan la mente. Komorebi me recuerda a esos momentos de claridad, donde la vida parece desvanecer lo innecesario y dejarnos solo con la pura luz del presente.
Hirayama, el personaje principal de Perfect Days, vive esta filosofía con una naturalidad que contrasta con la vida de su hermana, quien tiene una existencia llena de lujos y comodidades. Mientras ella busca satisfacción en el exceso, él encuentra plenitud en lo cotidiano: limpiar baños públicos, admirar el komorebi, saborear los momentos más simples. Es un recordatorio de que la verdadera riqueza no depende de lo que poseemos, sino de cómo elegimos vivir y experimentar la vida.
El mensaje que le deja a su sobrina es una lección valiosa: “Next time is next time. Now is now.” (La próxima vez será la próxima vez. Ahora es ahora). Es un llamado a estar presente, sin dejar que el pasado o el futuro nos roben el momento actual. Hirayama entiende la importancia de aceptar lo que es, en lugar de perseguir constantemente lo que podría ser. En un mundo que a menudo nos empuja a acumular y buscar más, él elige honrar la simplicidad, encontrando en ella una forma de belleza y resistencia.
Y cuando dice: “One stops living when one no longer knows anything,” (Se deja de vivir cuando ya no se sabe nada) nos deja con una reflexión profunda. Nos recuerda que la vida pierde su esencia cuando dejamos de sentir curiosidad, de aprender, de maravillarnos por los pequeños detalles. Vivir no es solo existir, es mantener el corazón abierto y la mente despierta para seguir descubriendo la luz que se filtra entre las hojas, una y otra vez. Es en ese conocimiento y en esa conexión con lo pequeño y lo simple donde reside la verdadera esencia de estar vivo.